domingo, 3 de octubre de 2010

transparencias

“La cotidianidad es una transparencia inmóvil que dura sólo unos segundos” R. Bolaño.

Acabaron las pizzas sin comerse los rebordes y se sentaron en el sofá para ver un rato la tele antes de acostarse. Tras zappear durante unos minutos, finalmente dejaron  un documental que echaban en la 2 sobre Andrés Rabadán, el asesino de la ballesta. Los dos recordaban vagamente la historia que en su día conmocionó a España: un joven esquizofrénico había asesinado a su padre con esa arma más propia de la época medieval. En el juicio se dictaminó su locura y finalmente fue encerrado en un psiquiátrico. Tras pasar algunos años fuera de los focos mediáticos, la imagen de Andrés Rabadán volvió otra vez a las periódicos debido a las dotes artísticas que había desarrollado en prisión. Además de asesino y de loco, Andrés era un pintor dotado con una gran creatividad.  Sus dibujos eran tan buenos como oscuros y tenebrosos.

Paco y Marta se quedaron viendo el documental.





Aquella noche, Marta no pudo conciliar el sueño. Casi todos los domingos le pasaba lo mismo. El viernes y el sábado solía trasnochar, su ritmo interior se alteraba, y no le resultaba nada fácil volver al horario normal. Lo que resultó más extraño fue la intranquilidad y el desasosiego que experimentó aquella noche. No paró de dar vueltas en la cama. Por su cabeza pasaban los recuerdos de la noche del sábado, las imágenes del documental y las palabras de Paco: “Hazme caso está mintiendo”. La noche del lunes no fue mucho mejor. Esta vez sí pudo dormirse pero tuvo una pesadilla con las pinturas de Andrés Rabadán. Ella aparecía como uno de sus personajes, un figura negra que corría por un bosque oscuro. Huía de alguien mientras sonaban las palabras que había pronunciado Paco durante el documental “Hazme caso, está mintiendo”.

 El martes por la tarde Marta no tenía que ir a trabajar y se dedicó a pasear por Madrid. Atravesó el paseo del prado, subió por atocha hasta tirso de molina, desde ahí se dirigió a la Plaza Mayor, y finalmente se encaminó hacia el viaducto de la calle Segovia. Allí se encendió un cigarrillo y se quedó mirando el horizonte. Recordó de nuevo unas palabras de Andrés Rabadán.

“No pensaba en nada en especial, estaba allí y estaba agusto. Es como una dualidad, me sentía, triste, pero alegre, no sé cómo explicarlo”

Apagó el cigarrillo y se dijo a sí misma. "Claro, está mintiendo. Claro que estamos mintiendo". 

Acto seguido cogió el metro y descendió en la Estación de Atocha-Renfe. 

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